El paso del pensamiento de sus niveles sensoriales, a las formas cada vez más abstractas y generalizadas que conocemos, se realizó en íntima e indisoluble relación con el desarrollo del lenguaje. Pensamiento y lenguaje forman una unidad, aunque no una identidad como veremos más adelante.
Expresamos nuestros pensamientos a través de las palabras, y estas son generalizaciones, conceptos, de manera que el lenguaje es la envoltura material del pensamiento, su forma de existencia. Dice Marx citado por Rubinstein. “El lenguaje es la conciencia práctica, real, existente también para los demás hombres y existente primeramente para mí”. En otras palabras, a través del lenguaje materializamos nuestra propia conciencia y se nos hace asequible la conciencia de los demás, de manera que “el habla es lenguaje en estrecha relación con la conciencia individual”, y nos permite la función de trato, no solamente manifestamos nuestros pensamientos, revelamos además nuestra postura personal frente a las múltiples situaciones vivenciales que adquieren sentido en nuestra consciencia individual. De esta manera, si bien “El lenguaje, la palabra es la unidad específica del contenido sensible y racional” del objeto, este significado no se da al margen de las relaciones que se dan entre los hombres y menos aún de su experiencia práctica.
En el lenguaje distinguimos dos aspectos: (a) su portador material, sensible (imagen auditiva o visual según el caso) y (b) su significado, su contenido semántico. La relación entre ambos es importante, aunque generalmente solo queda en un primer plano su significación. ¿De dónde toma su significación un determinado complejo fonético? Únicamente de nuestro trato con los hechos y fenómenos de la realidad objetiva. Para nosotros, el lenguaje, las palabras, forman el segundo sistema de señales, es decir señalan al primer sistema, y sólo puede desarrollarse en vinculación con este último.
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