1.2 EL HOMBRE: PRODUCTO DEL DESARROLLO GRADUAL DEL MUNDO ANIMAL

Hace ya mucho tiempo que se considera al hombre como un ser aparte, cualitativamente diferenciado de los animales. La acumulación de conocimientos biológicos le permitió a Charles Darwin elaborar su célebre teoría de la evolución. Esta teoría hizo triunfar la idea de que el hombre es el producto del desarrollo gradual del mundo animal, que su origen es animal. Luego, la anatomía comparada, la paleontología, la embriología y la antropología proporcionaron innumerables pruebas nuevas en apoyo de ese hecho. Aunque el pensamiento de que el hombre difiere de modo esencial de los animales, aún de los más desarrollados, ha seguido manteniéndose con solidez en la ciencia, las opiniones difieren cuando se trata de definir esa diferencia y de explicarla.
Las principales controversias científicas han tenido por objeto el papel de las particularidades y de las propiedades biológicas innatas del hombre. La exageración grosera de ese papel ha servido de base teórica a las concepciones más equivocadas; una visión exclusivamente biológica del hombre conduce al racismo. La ciencia progresiva toma, por el contrario, como punto de partida, el hecho de que el hombre es, fundamentalmente, un ser social, que todo cuanto en él es “humano” proviene de su vida en la sociedad, en el seno de la cultura creada por la humanidad.

La evolución humana comprende las siguientes etapas:

Surgimiento de los australopitecos.
 El inicio de nuestra especie se produjo cuando una familia de primates se vio forzada a descender de los árboles para buscar fuentes alternas de comida, ya sea migrando hacia otros lugares menos poblados o cambiando su dieta a partir de lo hallado en el suelo. Así, se irguieron sobre sus miembros traseros, adquiriendo una postura erguida que les permitió ver su entorno por encima de la línea de la vegetación, garantizándoles más oportunidades de supervivencia en lo plano. Así surgieron los primeros australopitecos, simios completamente bípedos.
Inicio del género Homo. Los australopitecos se extinguieron, pero dieron paso a nuevas formas de vida que en adelante pertenecieron al género Homo, es decir, fueron Homínidos. Las primeras fueron el Homo habilis y el Homo rudolfensis, mejor preparados para la vida en lo plano y capaces de emplear sus miembros superiores, ahora libres, en la fabricación de herramientas de piedra con las que cazar y defenderse.

La época de las migraciones. 
Otra especie de homínidos, llamados Homo erectus, descendieron del Homo habilis. Dotados de herramientas más complejas, de pieles de animales y posiblemente del fuego, abandonaron el continente africano para expandirse por el supercontinente Pangea, del cual surgirían luego los cinco continentes que conocemos. El Homo erectus fue la primera especie humana en convivir gregariamente, compartiendo recursos, y quizá de ello dependió su éxito migratorio, dando luego paso a nuevas especies.

El surgimiento de las nuevas especies.
 Esparcido por el mundo, el género Homo inició un proceso de especiación que produjo diversas especies humanas: Homo ergaster en Asia y Europa, de donde surgió el Homo heidelbergensis en Europa y posteriormente el Homo neanderthalensis u hombre del Neandertal, una de las últimas especies en existir, que convivió con los primeros de la nuestra. A la par surgieron el Homo antecesor en España/Italia, el Homo floresiensis en Asia, el Homínido de Denisova, entre muchas otras.
Nacimiento del Homo sapiens. Mientras otras especies colonizaban el mundo, el Homo sapiens u hombre moderno surgió en África. Se ignora con precisión cuál fue la especie predecesora de la nuestra, pero sabemos que hace unos 90.000 años se expandió hacia Medio Oriente en donde se encontró con el Hombre de Neardental, con el cual convivió y llegó incluso a hibridarse en cierto grado, antes de que este último se extinguiera y el sapiens conquistara finalmente el planeta entero.

Uno de los rasgos más destacados del proceso evolutivo humano tiene que ver con el desarrollo de nuestra arma más potente: el cerebro y sus capacidades de aprendizaje. 

La historia evolutiva de nuestro cerebro sería algo así:




Compartimos con los primates superiores el uso de pulgares
 oponibles.
Uno de los rasgos particulares de la evolución humana es la presencia y utilidad de pulgares oponibles. Compartimos esta característica con los primates superiores y sólo fue útil una vez desarrollada la postura bípeda y liberadas las extremidades superiores.
Dado que nuestros pulgares pueden tocar la punta del resto de los dedos nos permiten el uso preciso, exacto, de herramientas manejadas con nuestras manos.

Lenguaje articulado

Uno de los mayores rasgos que distinguen al Homo sapiens de sus antecesores es el surgimiento de un lenguaje articulado, esto es, simbólico. Nos permite entre otras cosas formular y compartir pensamientos complejos, que se refieran a objetos que no están presentes, pero que podemos intercambiar por signos.

Existen sospechas de la presencia de un lenguaje muy primitivo en H. erectus y más desarrollado en H. nearthentalensis. Sin embargo, ninguno habría alcanzado la complejidad del nuestro.

Bipedestación


Nuestra columna curva está diseñada para una vida bípeda.
A diferencia de la columna recta de los simios, la columna de los humanos y sus antecesores presenta curvaturas. Están diseñadas para una vida bípeda, de pie en lo plano, porque les permiten sostener el peso entero del cuerpo. Nuestra columna funciona como un resorte, con vértebras redondas que soportan el peso de la cabeza y el torso.
Lo mismo ocurrió con la pelvis, que ha debido ensancharse y girar hacia el interior del cuerpo. Esto permite soportar el peso del cuerpo pero representa una dificultad para el nacimiento de las crías, ya que dota a las hembras de un canal de parto largo y sinuoso. Por ende deben nacer prematuras y culminar su proceso fuera del cuerpo materno.








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