2. El hombre: Sujeto y resultado del trabajo

La perfección de la adaptación de los animales al medio, y la “sabiduría”, la riqueza y la complejidad de sus instintos y de su comportamiento son impresionantes. Todo ello proviene de su evolución específica, de la acumulación de la especie. Claro está que parecería muy poca cosa en comparación con el desarrollo histórico del hombre; pero si se hace abstracción de las pequeñas variaciones individuales sin importancia, esas adquisiciones son el hecho de todos los individuos de una especie determinada, y al naturalista le basta con estudiar uno o varios de éstos para tener una noción correcta de la especie en su conjunto. Para el hombre la situación es totalmente diferente. La unidad de la especie humana parece que no existiera. Esto no deriva,, desde luego, de las diferencias en el color de la piel, la forma de los ojos, -ni otros rasgos puramente exteriores, sino de las grandes diferencias que existen en las condiciones y los modos de vida, la riqueza de la actividad material y mental de los hombres y el nivel de desarrollo de sus fuerzas y aptitudes intelectuales.

Si un ser inteligente llegado de otro planeta describiera, al visitar la Tierra, las aptitudes físicas, mentales y estéticas, las cualidades morales y las particularidades del comportamiento de la gente que vive en las distintas regiones y países del mundo y qué pertenece a distintas capas o clases sociales, apenas podría creer que se trata de individuos de una sola y misma especie. La desigualdad no estriba en diferencias biológicas naturales Es creada por la desigualdad económica, la desigualdad de clase y la diversidad consecutiva de las relaciones que la vinculan a las adquisiciones que encarnan el conjunto de las fuerzas y de las aptitudes de la naturaleza humana formadas en el curso del proceso socio histórico.

La causa estriba, pues, en las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad, independientes de la conciencia y de la voluntad de los hombres. 

La división social del trabajo transforma el resultado del trabajo en un objeto de cambio, y este hecho modifica de modo radical la relación entre el obrero y el producto que éste ha fabricado. Este último, aunque haya sido fabricado por el hombre, pierde su carácter completamente personal y comienza a tener una existencia especial, independiente del hombre: es una mercancía. Al mismo tiempo, la división social del trabajo induce a una situación en la que la actividad intelectual y material, el goce y el trabajo, la producción y la consumición estén separados entre sí y corresponden a diferentes personas. Por eso, mientras la actividad global de los hombres se hace cada vez más rica y diversificada, la de cada individuo, considerado aparte, adquiere un carácter limitado y se empobrece. La limitación y el empobrecimiento pueden tornarse extremos cuando un obrero, por ejemplo, gasta todas sus fuerzas en efectuar una operación cualquiera y única que se repite de manera continua miles y miles de veces.

En el capitalismo, hasta esta actividad limitada y unilateral es enajenada del hombre, como si perdiera la riqueza de su contenido. Los obreros fabrican máquinas, palacios, libros, etc., que se convierten para ellos en cierto número de productos de primera necesidad. No ocurre de modo distinto, desde este punto de vista, en el otro polo social del capital. Para el capitalista, la empresa que. él posee no es una. Empresa que produzca tal o cual mercancía, sino una empresa que produce ganancia. Por eso está dispuesto a producir cualquier cosa, inclusive los medios de destrucción más terribles, cuya utilización puede tener consecuencias que recaigan también sobre él.

 


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